Brexit, historia de una ruptura

Abandonar la Unión Europea y comenzar un nuevo modelo de completa autogestión y autonomía es una idea que lleva más de 20 años en el imaginario de una buena parte de la población británica. Sin embargo, no fue hasta el 2016 cuando finalmente se produjo un histórico referéndum que dio la victoria, de madrugada y por sorpresa, a los partidarios de la salida.
Desde entonces todo han sido votaciones interminables en el Parlamento Británico, fechas límites que se aplazan hasta el infinito, acusaciones mutuas y promesas de resolución que resuenan ante la sociedad con hartazgo y artificialidad. No obstante, y a pesar de todo ello, las últimas elecciones en Reino Unido han señalado, sin lugar a dudas, que el llamado Brexit es aún un deseo colectivo de la mayoría de la población del país.
Boris Johnson, un candidato con poco talante británico y de un carácter político dado a la espectacularización y el histrionismo, ha logrado una victoria indiscutible y masiva que, dejando a un lado el demostrado escaso atractivo ejercido por el candidato laborista, Jeremy Corbyn, solo puede ser entendida, y justificada, por el deseo, casi infantil y acuciante, de una innegable mayoría de la sociedad británica hacia la salida de la Unión Europea. O, lo que parece igual pero no lo es, un rechazo profundo e incorregible hacia lo que representan las instituciones europeas y la pertenencia del Reino Unido a las mismas. La cesión por parte de Gran Bretaña e Irlanda del Norte de sus libertades fundamentales de libre circulación de trabajadores, servicios, capitales y mercancías o la pérdida de control sobre sus asuntos internos, cierre o apertura de fronteras o importantes decisiones económicas ha llevado a los británicos a entender a la Unión Europa como un obstáculo hacia su hegemonía como país y como una barrera hacia una libre decisión sobre su futuro.
Sin embargo, esta visión y estas posturas no son compartidas por el total de la sociedad, y amplias secciones del país, y de distintos sectores económicos, sociales y culturales, se posicionan como antagonistas de este devenir de la relación de su país con Europa.
Es un ejemplo de esta división la postura de Escocia, donde el Partido Nacional Escocés ha logrado una amplia mayoría en su territorio y ha obtenido el apoyo necesario para encaminarse hacia un nuevo referéndum por la completa independencia del país. Su rechazo hacia el Brexit es claro y su posicionamiento a favor de la permanencia siempre se ha manifestado a través de sus representantes públicos. Es por ello que, a pesar de que Inglaterra sigue remando para salir de la Unión, Escocia se mantiene como un lastre para estos propósitos, encontrando así mismo un motivo más en este desacuerdo para emprender, por fin, un viaje hacia su última independencia de Reino Unido.
En Irlanda del Norte, a su vez, encontramos otra clave de la desavenencia. Los conflictos logísticos hacia sus fronteras con la aún europea Irlanda, y su deseo de permanecer en la Unión, la convierten en otro punto discordante del proceso de salida.
La población de las grandes ciudades, los profesionales técnicos y con estudios universitarios, los jóvenes menores de 30 años o la mayoría de las regiones industriales del norte, se unen, también, a la resistencia hacia el Brexit.
Se dibuja de esta manera un país dividido, en profundo debate y marcado por un ambiente de preparación, preocupación y resignación hacia un futuro cambiante e inevitable cuyos resultados y consecuencias, para Reino Unido y para el mundo, son, por su magnitud cuantitativa y temporal, incalculables, inabarcables e impregnados por el tinte indeleble de los libros de historia.

Published by Gabriela Fimonte

Journalist who studied firstly at Seville University and completed a Master's Degree in International Politics Journalism at Pompeu Fabra University.

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